martes, 13 de noviembre de 2012

No es el tiempo el que cura todas las heridas sino el amor



Mientras el alba se imponía en el cielo, La Poetisa recostó pausadamente su cabeza en el respaldar de su silla, con una taza de café y una hoja en frente que aguardaban impacientes su próximo poema, cuando al otro lado de la calle observó al Arlequín que se dirigía, primero de manera temerosa y luego con paso apresurado, al encuentro con otros 2 arlequines que le esperaban al final de la calle, y rápidamente recordó como hace varias horas, el colorido personaje que ahora camina deprisa se encontraba amenizando su primera función en la feria local.


Ese día en la feria, el Arlequín hacía su aparición pública después de un largo periodo ausente en las actividades de la comunidad, se encontraba en frente de una audiencia respetable realizando malabares con un colorido, anacrónico y apretado vestuario que sin duda no pasaba inadvertido entre la multitud.


Mientras el llamativo personaje se encontraba finalizando su acto, La Poetisa se distraía viendo, con esa mirada característica que solo los niños y niñas se dan el lujo de tener, a las figuras de colores que componían el traje del Arlequín, meditando en su mente un poema sobre la lucha campal que se desarrolla entre los colores a la altura del ombligo y los que están al nivel de los hombros, para lograr la mayor atención del público y así poder obtener la Copa Universal como mejor color… al fin de cuentas la vida es un mosaico de colores, pensó.


“Simples y tontas niñerías”, diría el Hombre de Negocios que se encuentra en frente de La Poetisa si supiera lo que ella pensaba, ya que este individuo había perdido tiempo atrás la habilidad de soñar sobre cualquier otra cosa que no sean mujeres y/o dinero, recordemos que al crecer perdemos la capacidad de asombro y de andar por la vida con “pasos de niño”, ahora esta persona como muchos de nosotros y nosotras andamos lastimosamente con “pasos de adulto”.


El Hombre de Negocios con su saco y corbata observaba indignado al Arlequín, que en su traje de harapos estilo medieval realizaba maromas enfrente, y con un gesto de repudio y lástima exclamó: “este vago se ha precipitado a su ocaso”, luego con paso firme se fue a realizar unas cuantas llamadas para seguir soñando con lo que sueñan los adultos.


Si tuviéramos la oportunidad de preguntarle a esta persona el porqué de esa exclamación, en realidad tendría buenos argumentos para sostenerla, ya que hace aproximadamente un mes un ciudadano respetable, con un trabajo distinguido y una hermosa familia, quedó convertido de repente en ese Arlequín que hoy ameniza su primera función.


Terminado su acto el colorido personaje realiza una reverencia típica de los actores teatrales y observa atentamente al público, el cual en su mayoría aplaudió por compromiso exceptuando a la curiosa Poetisa, que después corrió a su casa a encontrar alguna musa que le acompañara en la tarea de escribir el poema, sobre la batalla de los colores que se imaginó, y un Indigente que se sienta diariamente en una banca al frente de la iglesia, el cual oportunamente pudo ver desde su asiento el acto y lo aplaudió vehementemente.


Se dirigía El Arlequín a su hogar con la satisfacción del deber cumplido, caminando pausadamente disfrutando de su gloria y de paso repasando mentalmente su acto, buscando lo bueno y malo para mejorarlo en la próxima ocasión, mientras la gente que se encontraban en la calle lo observaban con cara de asombro y de burla, no es de extrañarse esa actitud típica de las personas “normales” burlándose y humillando a cualquier otro ser humano que sea diferente.


Se acercaba ya el colorido personaje a la puerta de su hogar, cuando observó a un grupo de niños que se divertían pateando una pelota en la acera, y vio que al notar ellos su persona vestida con ese traje anacrónico se acercaron, algunos más cautelosos que otros, a su encuentro. El Arlequín amistosamente estrechó la mano de los niños que se le arrimaron sin ningún temor, pero notó que un número considerable de infantes se quedaron alejados de él, y entonces decidió ir en su búsqueda para demostrarles que los arlequines, sin importar lo que diga la gente, son amigables.


Se acerco a una niñita que le temblaban las piernas y él estrecho su mano de forma amigable, pero la niña soltó la mano y se fue llorando despavorida y aterrada gritando “¡mamita un payaso me quiere comer!...”, “no soy un payaso” pensó El Arlequín, y entendió que muchos niños, e incluso al crecer no se escapan, suelen tenerle miedo a los payasos o a cualquier cosa que se le parezca.


El Arlequín se estremeció…, al visualizar a lo lejos la cara llorosa de la niña que le estrechó la mano, creyó ver la imagen de su hija que había perdido la vida hace aproximadamente un mes, y recordó dolorosamente que ella también le temía a los payasos, por lo tanto El Arlequín se sintió miserable al haberse convertido en la única cosa que a su niñita le aterraba, y tuvo que sentarse forzosamente en la acera unos minutos, a mitigar la culpa y el odio a sí mismo para tratar de recuperar algo de lucidez.


Llegase finalmente el colorido personaje a su hogar, y triste se sentó en un sillón al lado de una chimenea a observar permanentemente una foto encima de la misma, en la cuál se encontraban, además del Arlequín, su esposa y su hija difuntas, de ahí en adelante El Arlequín pasó horas reviviendo heridas del pasado las cuales nunca enfrentó en el momento oportuno, sino que las maquilló y escondió bajo un traje apretado y colorido.


A nadie le gustan las pesadillas supongo yo, siempre me han parecido una mala jugarreta de la mente para recordarnos y protestar por el sacrificio que cumple, ya que le hacemos ver y procesar tanta porquería que sucede en la cotidianidad, con lo cuál la mente reclama, mediante las pesadillas, que todo ese trabajo inmenso que le obligamos a hacer tiene sus secuelas, y hoy mientras El Arlequín dormía la mente le “pasó la factura” por haber soportado emociones fuertes en el último mes.


Soñó que se encontraba caminando en la acera y vio a su hija difunta en la esquina, alegre comiendo un helado con trocitos de galleta, y el colorido personaje al ver a su niñita resucitada corrió como nunca lo había hecho a su encuentro, pero al notar la niña su presencia gritó: “¡mamita un payaso me quiere comer!...”, la difunta esposa salió de la nada y agarrando a la niña de su brazo corrieron interminablemente hacia el horizonte. El Arlequín exhausto no podía seguir en la persecución, y mientras intentaba rasgarse las vestiduras gritaba: “¡mírame!, ¡no soy un payaso soy tu padre!”, pero finalmente cayó rendido en la acera, y al preguntarse desesperado porque no pudo rasgarse las vestiduras se sorprendió al notar que no tenía ropa, sino que su piel había adoptado ya para siempre los colores y las formas del vestuario arlequinesco, es decir, para mostrarse ante su hija plenamente hubiera tenido que arrancarse la piel, esa máscara con tintes que ahora le maquilla y oculta su verdadero ser… despertó.


Despertó El Arlequín en la madrugada, “a veces es duro abrir los ojos ” dijo, y con una tranquilidad admirable se colocó el traje, al verlo sintió repudio pero se dio cuenta que se sentiría indefenso sin él, sin su piel, abrió la puerta y salió a caminar cuando aún no salía el sol, sin un rumbo fijo, simplemente sentía el deseo de caminar.


La madrugada se mostraba inmensa, tranquila y un tanto extraña, el rocío caía con tierna lentitud sobre todo lo que estuviera al aire libre, un violinista se encontraba en las ramas de un árbol y parecía poseído por la madrugada, que él llenaba con notas voraces cual si fueran las últimas de su vida, en tanto la brisa mimaba las copas de los árboles, que si son observadores notarán como entre ellos juegan a acariciarse, pero solo si son verdaderos observadores, no adultos.


El Arlequín inconscientemente llegó al lugar de su primera y única función, hizo un recuento rápido de lo que había pasado desde que finalizó ese acto, dándose cuenta que son pequeños cabos sueltos que se van articulando y que lo han traído de nuevo aquí, pero esta vez no viene con una rutina preparada sino con una desesperación tranquila y dolorosa, entonces, observó a la iglesia que se levantaba poderosa ante sus ojos entre la madrugada, luego notó que delante en el parque estaba sentado en la banca de siempre El Indigente, que horas atrás le había aplaudido.


Rumores van y vienen en el barrio sobre este extraño Indigente, algunos dicen que no es como los demás, unos que es escritor y poeta, otros un vago cualquiera, en fin, El Arlequín se sentó pausadamente para no incomodar a su nuevo compañero de banca, el cuál lo miró con una mirada triste pero llena de serenidad y sabiduría, dijo “cuéntame lo que sucede, nunca he conversado con un Arlequín, por lo tanto me carcome la curiosidad”.


“ Hace un mes -dijo El Arlequín desahogándose-, mi vida pasó de ser perfecta a un caos, mi hija y esposa murieron gracias a un accidente que no comentaré, pero te aseguro que lo pude haber evitado, ¡si tan solo hubiera estado ahí, si tan solo no hubiéramos peleado esa mañana, si tan solo no me hubiera negado en señal de protesta infantil a acompañarlas al parque, habría hecho lo imposible para que esos 2 maleantes no las mataran!…”.


La voz del Arlequín se quebró y soltó en llanto, El Indigente siguió sereno y atento a lo que decía su compañero de banca, de nuevo este último retomó el aire y prosiguió “luego, la depresión se adueñó de mí, pasé desde esa fecha fatídica hasta anteayer encerrado en mi hogar, no se exactamente que sucedió, solo sé que hace un par de días me sentí mejor y me puse este traje colorido, me miré en el espejo y sentí ganas de hacer maromas, creo que el sufrimiento me hizo pasar por una metamorfosis singular, tal vez perdí la cordura, o encontré la “verdad”, yo ya no sé…”.


“Imagina esto –dijo el Indigente después de un rato-, estas parado en un barranco, al frente tenemos un abismo que vos sabes te causará la muerte, caminamos constantemente por el borde del mismo, a veces nos sentimos seguros con ello ahí, otras sentimos que podemos caer, y en general siempre que lo miramos sentimos vértigo. Decía una autor checo* que el vértigo es el deseo que sentimos de caer, lo cuál nos aterra, por lo tanto nos alejamos. Ahora bien, caminamos por la vida con constantes altos y bajos, en el borde de un barranco, muchas veces sentimos el deseo de dejar todo botado y largarnos, tirarnos al abismo, pero nos aterra pensar en realizar ese deseo, ya que nos preocupa la familia, el trabajo, la subsistencia, el que dirán , y demás. Vos Arlequín, después de perder a tu familia, no sé si fue el dolor, o mejor dicho el mal trato que se le dio al dolor, pero en este mes te has precipitado dentro de ese abismo, ahora sos el resultado de ese acto, y si te preguntas porqué sé eso, yo también caí en el abismo, pero voluntariamente me lancé gracias a la podredumbre de la sociedad, solo que no salí convertido en un Arlequín, sino en Indigente por voluntad…”


“ Es decir, perdí mi vida…”, dijo El Arlequín, “ no porque aun sigues vivo, o por lo menos eso parece, pero la vida de hace un mes difícilmente regresará”, contestó El Indigente, “ahh…gracias…”, finalizó El Arlequín, y de manera temblorosa se levantó de la banca y decidió seguir en su caminata.


Ya la madrugada parecía ceder ante la omnipotencia del sol, que empezaba a asomarse valientemente por el horizonte, imponiéndose ante la grandiosa madrugada, mientras que las personas empezaban a salir de su casa, algunos hacían ejercicio corriendo alrededor o paseando a su perro, otros como El Hombre de Negocios, ya se dirigían a su trabajo, “el tiempo es oro”, siempre suelen decir.


La situación del Arlequín está en su momento más crítico, en este instante no sabe si seguir viviendo o lo contrario, “¿para qué vivir si ya perdí mi vida, no la tengo?” se pregunta, supongo que no es fácil haber vivido toda una vida alcanzando sueños y buscando la felicidad, y una vez que se supone encontrada, perderla de repente tiene un precio incalculable para el ser humano.


A La Poetisa siempre le ha gustado escribir con el alba, el ver el amanecer le produce una inspiración que no se da en el resto del día, “las ideas –dice– surgen mejor con el aire fresco de la mañana”, y en esta ocasión ya el café está servido, y la hoja de papel aguarda ser parte del proceso creativo de La Poetisa, cuando notó a dos arlequines que se pararon al final de la calle un tanto extraños, no hablaban entre ellos, solo observaban atentos el otro lado de la acera.


El Arlequín dio vuelta a la esquina, tenía la mirada baja y un poco de hambre, ya que la última comida que tuvo fue antes de realizar su primera función, por lo tanto su cuerpo y sobre todo su mente no estaban en muy buena salud. Al levantar la vista noto a los dos arlequines al otro lado de la calle observándolo, “no lo puedo creer –dijo- hay otros como yo, hay otros que el dolor los ha hecho caer en el abismo, y la metamorfosis los ha hecho ponerse este traje apretado, seguro han oído de mí en el pueblo, seguro han venido a buscarme, y talvez incluso a llevarme con ellos.”.


El Arlequín lo llenó un sentimiento de alegría al ver otros como él, al fin de cuentas el sentido de pertenencia es necesario para el ser humano, el sentirse aceptado es parte fundamental para las personas, por lo tanto El Arlequín se llenó de extrañas esperanzas y empezó a acercarse, primero un tanto cauteloso y luego deprisa, al encuentro con los de su especie.


La Poetisa recostó pausadamente su cabeza en el respaldar de su silla, mientras veía al colorido personaje correr deprisa al encuentro ya mencionado, tomó su lápiz y se preparó para lo que sería un momento memorable, y si que lo fue, La Poetisa puso la punta del lápiz en la hoja de papel en el momento preciso que uno de los dos arlequines sacó una pistola y mató al Arlequín.








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